“Esperamos a fines de 2021 estar generando una serie de actividades en el marco del lanzamiento del Fondart que estamos desarrollando”, adelanta Verónica Gárate, académica de la Universidad Mayor y coordinadora del proyecto: “Patrimonio moderno en La Frontera: estudio y puesta en valor a través de sus trazos originales”.
El Fondart Regional, en la línea de Investigación Patrimonial Cultural, fue adjudicado por docentes de la carrera de Arquitectura de la sede Temuco en 2019, donde además de Gárate participan Javier Arangua, Cristian Tapia, Carlos López y Gonzalo Rodríguez, quienes debieron retrasar su ejecución producto de la pandemia.
El proyecto busca contribuir al reconocimiento, puesta en valor y difusión del patrimonio arquitectónico moderno de La Araucanía, a través del estudio de documentos inéditos de alto valor patrimonial conformados por planimetrías y dibujos de proyecto de algunos de los más destacados arquitectos que ejercieron su trabajo en la Región, a partir de 1950.
Actualmente, “estamos en pleno desarrollo del proyecto. Hace unas semanas terminamos una etapa muy importante asociada a la entrevista de actores claves, que sin duda está llevando al equipo a descubrir vínculos importantes entre los arquitectos destacados que ejercieron acá, entre los años 50 y 80”, precisa la docente.
Asimismo, agrega la arquitecta del Paisaje y máster en Diseño Urbano, se encuentran registrando documentos inéditos de proyectos regionales de autoría de destacados arquitectos como Horst Baumann, Ewald Wörner, Enrique Esteve, Rolando Rocha, Sergio Carrasco y Gerardo Rendel, los que serán parte fundamental de la biblioteca digital que se abrirá a fin de año.
Por otra parte, durante junio comenzarán a redactar artículos asociados a su investigación, los que “derivarán en una de las pocas publicaciones que tomarán como temática el patrimonio moderno de La Araucanía, ya que hemos constatado el bajo registro que existe sobre él”, remarca.
Arquitectura moderna de La Araucanía
Gonzalo Rodríguez, docente de Arquitectura e investigador de este proyecto, ahonda en la importancia que tiene el patrimonio, pero desde su desconocimiento.
Por lo mismo, plantea un recorrido histórico en donde menciona que el fenómeno cultural conocido como modernidad, que marcó en Europa un período de grandes avances e innovaciones en ámbitos tan dispares como el arte y la economía, llegó a Chile en la segunda mitad del Siglo XIX.
Y lo hizo de la mano del ferrocarril, con proezas ingenieriles como el Viaducto del Malleco, la potente explotación industrial de las salitreras en el Norte y con un enfoque de parte del Estado que apuntaba a transformar el país desde una mirada basada en la eficiencia y el progreso.
“Vemos entonces cómo en la primera mitad del Siglo XX, tanto en Santiago como en el sur de Chile, se erigen grandes edificios, de expresión formal tan austera como rotunda, en comparación a las tradicionales arquitecturas de madera ya existentes, en donde lo nuevo constituye el principal atributo de una sociedad moderna, por lo que mayor era el contraste entre el mundo indígena-tradicional-rural, respecto de esta pseudo identidad global-moderna-urbana”, aclara.
Y es precisamente en La Araucanía, en donde se da esta transformación de forma aún más brusca que en otras regiones del país. “Ejemplos como la Caja de Crédito Popular y los liceos, se transforman en expresiones grandilocuentes de una potente visión de Estado que veía en la gran escala, el tamaño desmesurado, un signo tan tangible como proporcional a la potencia de la modernidad”, detalla el académico.
Según añade Rodríguez, esta era una arquitectura que se negaba a los ornamentos y cubiertas inclinadas, pero que, en zonas lluviosas como el sur de Chile, mostró su debilidad. “Una arquitectura pesada –prosigue el experto– que emulaba al hormigón, en liceos y escuelas que, al acoger niños y jóvenes de ambientes mayormente rurales, revelaban marcados contrastes”.
Entonces sucede lo interesante, señala el profesional: “Esta arquitectura comienza a ceder, a admitir variaciones. El tamaño, los diseños, los usos, e incluso quienes encargaban los nuevos edificios eran ya distintos. No era ya solo el Estado, sino también entidades privadas. No era ya la incipiente región de marcada presencia rural, sino ya otra más consolidada, de una vida urbana que reconocía primero por fuerza y ya luego por entendimiento, condiciones de contexto, de lluvia, y fríos inviernos. Una Araucanía que recupera la madera sin claudicar de la modernidad”.
Es el Temuco de los años 70, en el que la arquitectura queda a cargo de profesionales que se radican en el sur y se comprometen con su desarrollo no solo diseñando sus edificios, sino también habitándolos.
“La arquitectura moderna es la expresión construida de una historia de contrastes, entre intenciones de progreso versus identidades tradicionales, pugna de la cual estamos en deuda de revelar sus resultados en arquitectura. Una arquitectura moderna que, si bien llegó tan impuesta como un ferrocarril, acaba cediendo a la lluvia y a la madera propias de nuestro sur”, señala.
“Esta arquitectura moderna que se hizo dialogante con su entorno, primero casi mimetizada con sus grandes cubiertas, acabó finalmente invisibilizada y ahora peligra de desaparecer. Esa es nuestra tarea con este proyecto Fondart: visibilizarla, enseñar a valorarla y, de este modo, protegerla”, finaliza.